miércoles, 6 de diciembre de 2017

Sala Porta 4, Barcelona.

Ha sido un verdadero placer volver a la sala PORTA 4, un lugar escénico muy especial en el que siempre me hacen sentir como si estuviera en casa (gracias Vero, gracias Carmen). Rosa, nuestra técnica, hizo un trabajo maravilloso adaptando el diseño de luces que habitualmente llevamos (ideado por Juan Gómez-Cornejo, nuestro diseñador, para ir a teatros de mayor envergadura) sin dejar que se perdiera un ápice de magia. Esta versión reducida que ella ha creado nos resultará muy útil para adaptarnos a los espacios de pequeño formato que surjan. Trabajar y conocer a Eric, el técnico de la sala (nuevo fichaje de la Porta 4) ha estado también muy bien, imposible no recordarle sin que se escape una sonrisa: da gusto y emociona ver a gente tan joven trabajando en el teatro con tanto amor y profesionalidad. 

Rosita, nuestra técnica.

Barcelona estaba preciosa. Qué felicidad es pasear por el barrio de Gracia, el Borne o la Barceloneta... Qué riquísima la paella que nos comimos con Paula frente al mar; el humus y el falafel que cenábamos cada noche en la calle Verdi con los amigos que venían a ver la función. 

Cenas en la calle Verdi

El primer día tuvimos solo 7 espectadores. Dos eran amigos, dos invitados de la sala y tres que llegaron tarde, una vez comenzada la representación. El segundo día aumentó la cosa a 14 y el tercero a 21. En total han sido 42 las personas que han visto el espectáculo (8 de ellas invitadas). Lo primero que le sale pensar a uno, si hace cuentas, es: ¿merece realmente la pena tanto esfuerzo para tan poco público? Ya solo las ocho horas que nos chupamos Rosa y yo de coche para la ida y las otras ocho de vuelta...; el gastazo de hotel, de comida...; cinco días fuera de casa.... Si, realmente es una ruina de negocio, pero... Conocí a Ismael, un chaval joven de unos 20 o 22 años, no más. Le había traído a ver la función su tío, un espectador que años atrás vio protAgonizo. Los dos se unieron a la cena de después con amigos, humus y falafel. Ismael se sentó a mi lado y hablamos sobre el espectáculo... Sentí su temblor. Comprendí que la experiencia había sido algo muy fuerte para él, le había herido profundamente y probablemente le dejaría honda huella para el resto de su vida. Algo más allá de él y del espectáculo en sí mismo se le estaba revelando: la fuerza del teatro. En ese momento se echó solita la cuenta: desde luego que había merecido, y con creces, la pena. 

Ismael

No hay comentarios:

Publicar un comentario