miércoles, 18 de octubre de 2017

Bilbao

Salimos de Madrid a las 12 de la mañana, sobre las 2 paramos para repostar gasolina y comer algo. El chaval de la gasolinera nos recomendó que fuéramos al mesón que había en el pueblecito de más adelante. No recuerdo el nombre pero sí la amabilidad de su gente y el queso tan rico que nos pusieron. Me llevé un par de cuñas envasadas al vacío. Sé que luego estas cosas no te saben tan ricas como resultan en el lugar, hay en ellas una maravilla inapresable que no cabe en envases ni en vacíos. Pero, ya de vuelta, cuando abres la maleta, te alegras de haberlas traído, otro paladar sonríe al verlas. Lo mismo ocurre cuando sacas fotos, las haces desde la emoción de encontrarte con lugares, momentos o personas bonitas pero también con la frustración de saber que nada de eso que tienes ante tus ojos podrá ser retratado. Como con el queso y las fotos me ocurre en esta entrada, sintetizar lo vivido en Bilbao es difícil: he conocido gente maravillosa, me he reencontrado con viejos amigos, bañado mis pies en el Cantábrico, convivido con un proyecto teatral tan emocionante como es Pabellón 6, comido el pulpo más rico de toda mi vida, gozado del solete y de dulces brisas (nos ha hecho un tiempazo de lujo),  conversado con Aitor y su panda, genuinos de la Ribera de Deusto... 


Con respecto a las funciones, más que relataros, prefiero dar paso a las voces de algunos de los que asistieron. Gracias. 



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