Este verano pasado, estando de vacaciones, recibí una llamada. Era alguien del equipo de DT espacio escénico. Me comunicaban que nuestro espectáculo, Réquiem, era uno de los seleccionados en su convocatoria. En ese momento no recordaba de qué convocatoria me hablaban. A tantas cosas se presenta una... Y por lo general, ninguna sale. Es por ello que, según se echan los papeles, mi cabeza de chorlito se olvida enseguida. Después, ya sí... Empezó a sonarme. Unos meses atrás me había llegado un correo con el aviso del concurso y, tengo que confesarlo, sin muchas esperanzas -tantas negativas se reciben- me animé a rellenar el formulario. Además de tres funciones, nos ofrecían una residencia artística durante toda una semana. Las condiciones aseguraban un fijo con el que podría pagar a mi técnica, algo que no ocurre habitualmente en las salas alternativas. En DT se lo curran organizando festivales y ciclos para poder ofrecer estas ayudas a las compañías y es muy de agradecer.
Esta semana de funciones y residencia en DT ha sido un proceso muy intenso: bonito a la par que fuerte. Estoy en un momento en el que me siento bastante derribada tocante al oficio. Hace tres años del último trabajo que desempeñé como actriz contratada y el anterior fue dos años atrás. Quiere decir que, en cinco años solo he participado en una producción y realizado con mi espectáculo (Réquiem) muy poquitos bolos. No estaba acostumbrada esto, yo era una actriz de las que habitualmente trabajaba. Me he comido paros, como todo el mundo en esta profesión, pero nunca tan largos. Es verdad que la pandemia también ha influido, pero ya antes de ella comencé a sentir que me había quedado fuera. Sobrepasar los 50, dejarse las canas y no haber hecho apenas televisión pasa factura. Estos días tuve muy presente que seguramente estas serían las últimas funciones de Réquiem y posiblemente la última vez que iba a pisar un escenario. Suena muy trágico, ya lo sé, pero así lo sentía. Por ello lo he vivido como una especie de ritual de despedida. Duro, son casi cuarenta años los que llevo dedicándome a este oficio.
Dentro de la residencia, uno de los días lo utilicé para llevar a mi madre a la sala. La coloqué en el escenario y yo me planté con mi cámara montada sobre el trípode en la platea. Le mostré una foto de cuando yo empezaba en esto del teatro (en aquel momento era bailarina) y la invité a que compartiera conmigo lo que le suscitaba ver esa imagen. Me miró con ternura y me dijo que estaba muy guapa. Le pregunté entonces qué sentía ella ahí, sobre ese escenario y frente a una platea con el completo de sus butacas vacías. Me contesto que escalofríos, desazón y mucha soledad. A continuación me dijo que podía estar satisfecha, que yo había hecho bien mi trabajo. Que era una buena actriz y aunque no me dieran trabajo podía con cualquier papel. Se emocionó, yo también.
El primer día de función no tuvimos ninguna entrada vendida, pero la hicimos igualmente para una de las gerentes de la sala y un fotógrafo amigo del teatro que había venido a sacar unas fotos para su archivo. El segundo día mejoramos bastante: vinieron 12 personas (la sala tiene solo 22 butacas); el tercero estuvimos casi al completo, solo quedó una butaca sin ocupar. Quise imaginar que lo estaba por mi padre -o por su ausencia, como se quiera entender. Al final de la función, en el aplauso, ocurrió algo muy emocionante. Había venido a ver el espectáculo Juanjo Seoane, un productor de teatro de los de antes, alguien que en su momento hizo cosas muy importantes y valiosas por él. Nos dedicó unas palabras muy hermosas que se pueden escuchar en el siguiente vídeo. Sentí como si mi padre o el teatro mismo me hablaran a través de este señor.
El ritual se completó tomando algo con algunos amigos que habían venido. Entre ellos tres chicas muy jovencitas alumnas de cestería de mi compañero. Estaban muy emocionadas, una de ellas me dijo que después de ver esta función algo importante le había sucedido, sentía que le había cambiado la vida. Pues todo eso pasó y vivimos.
Y ahora solo queda entregarse a lo que venga. A la pura vida y sus sorpresas. Salud.
Muchas gracias desde aquí a DT espacio escénico y todo su equipo por su acogida y hospitalidad. Verdaderamente nos han hecho sentir que estábamos en nuestra casa.